La historia de los puertos de montaña en el Tour de Francia: desafíos y leyendas sobre dos ruedas
El Tour de Francia y sus icónicos puertos de montaña han sido el escenario donde se han forjado algunas de las gestas más legendarias del ciclismo. Desde su primera edición en 1903, la carrera ha ido aumentando la dureza de sus recorridos, incluyendo ascensiones que han marcado la historia del ciclismo de carretera y han servido de inspiración para ciclistas de todas las modalidades, incluidas las bicicletas de montaña en competiciones de gran fondo y ultramaratón.
La primera incursión en la montaña fue en el Col de la République, pero pronto se buscaron desafíos aún mayores. En 1905, el Balón de Alsacia se convirtió en el primer puerto de gran envergadura en la prueba, ascendiendo hasta los 1.247 metros en la cordillera de Los Vosgos. Este puerto allanó el camino para futuras gestas que hoy en día inspiran tanto a ciclistas de carretera como a aficionados al MTB que buscan conquistar las cumbres más exigentes en sus propias rutas.
El Tourmalet y la conquista de los Pirineos
El Tour de Francia encontró en los Pirineos su primer gran reto montañoso en 1910. Fue el periodista Alphonse Steinès quien, con una "mentira telegráfica", convenció a la organización de que era posible cruzar estas montañas con bicicletas de carretera, cuando en realidad casi pierde la vida por hipotermia mientras inspeccionaba el Col du Tourmalet. Ese año, la ruta incluyó una brutal etapa de 326 kilómetros con las ascensiones al Peyresourde, Aspin, Aubisque y Tourmalet, estableciendo un nuevo estándar para la dureza de la carrera.
Desde entonces, el Tourmalet ha sido escenario de batallas épicas protagonizadas por los mejores escaladores de la historia. Hoy en día, este puerto sigue siendo un reto para cualquier ciclista de carretera que busque desafiar sus límites en recorridos de gran desnivel y largas distancias. Además, su dificultad ha servido como referencia para muchos eventos de bicicletas de montaña en modalidad de maratón y ultrafondo, donde la resistencia es clave para superar terrenos de alta montaña.
1911: La llegada de los Alpes al Tour de Francia
Un año después de la conquista de los Pirineos, el Tour decidió elevar la dificultad con la inclusión de los Alpes, el macizo con las cumbres más altas de Europa. En 1911, el Col du Galibier se convirtió en el primer gran coloso alpino de la carrera, alcanzando los 2.550 metros de altitud y desafiando a los ciclistas con rampas de hasta el 14% de pendiente.
Este puerto, junto con otros como el Izoard, Croix de Fer, Madeleine o Alpe d’Huez, se ha convertido en un referente para los ciclistas de carretera que buscan rutas exigentes. Al mismo tiempo, los Alpes han dado lugar a competiciones de bicicletas de montaña, con eventos que incluyen largas ascensiones y descensos técnicos por senderos de alta dificultad, demostrando que estas montañas no solo son un reto para el asfalto, sino también para los amantes del MTB.
La montaña: esencia del Tour y del ciclismo
Desde los primeros desafíos en el Col de la République hasta la conquista del Col de la Bonette-Restefond, el paso más alto del Tour con 2.802 metros, las montañas han sido protagonistas indiscutibles de la historia del ciclismo. Para cualquier ciclista, sea de carretera o de montaña, estos puertos representan la esencia del esfuerzo, la estrategia y la superación personal.
Hoy en día, los puertos míticos del Tour de Francia siguen siendo una referencia para quienes buscan la emoción de los grandes ascensos, ya sea con bicicletas de carretera recorriendo rutas panorámicas o con bicicletas de montaña enfrentándose a senderos técnicos y descensos extremos. En definitiva, la historia de la montaña y el ciclismo continúan escribiéndose, con nuevos retos para cada generación de ciclistas.